Estábamos en la casa de alguien y yo servía comida y todos miraban cómo. Y la madre me decía: pusiste los cubiertos al revés.
Después había pasado algo y en la puerta gigante del edificio neoclásico había un cubo enorme de hielo adentro la gente que estaba entrando y saliendo había quedado congelada.
Los bomberos o un entidad del estado decongela el témpano. La gente revive y corre. Caos.
Zombies descontrolados por todos lados como si más zombies los persiguieran. Gente casi no queda.
Me cruzo a Damián que me dice que no vive más en General Mitre, hace un tiempo que vive en
Congreso. Con él agarramos cosas. Adentro de su estuche de guitarra guardamos utensilios, cosas que nos iban a servir para sobrevivir y combatir la infección, entre otras: un pisapuré, un batidor, papeles de golosinas (principalmente chocolates), volantes sucios de suelo de plaza de trenes con alto tráfico de personas, varillitas, antena de radio. Damián me acompaña porque su guitarra está en mi nuevo bolso y teme por ella.
Empezamos a matar. Tengo un cuchillo rarísimo. Una chica me dice que si camino tranquila con los brazos a los costados rígidos no nos van a hacer nada.
Me toca una familia zombie porque me hago la ágil. Estoy infectada.
Mis amigos me van a tener que matar así que antes me dan un cd y yendo a ponerlo en un equipo que había me dicen: para que escuches un último tema bien verde.
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