jueves, agosto 7

consecuencias de pensar en The Shining?

La otra vuelta fue terrible. Primero yo esperaba, paciente, que me llegara el honor de asistir a la honorable escuela de música que funcionaba en ese tan impresionante edificio.

De pronto 'entren, entren' y yo pasando la puerta 'qué imponente pasillo', los motivos del suelo, las paredes empapeladas con gracia, la luz disciplinada diagonal precisa poniendo en evidencia: en este aire no hay flotando ni una particulita de polvo, somos perfectos.

Andábamos camino adentro avanzando por la estructura; luego de escaleras y vueltas llegamos a la más recóndita y, entonces entendemos, central habitación de todo el lugar. Una sala de música grande toda de madera con un piano de cola, gradas, instrumentos por doquier, calorcito hogareño, tonalidad de luz cálida, todo tipo de cosas.

Empezaba la clase, realmente ahí yo sólo tocaba el xilofón y no pasaba nada. Lo impactante fue el momento donde decimos 'bueno chau vamos a dormir' y se hace de noche y yo no puedo salir. Entonces me tiro en el piso pegadita a la puerta de entrada, sintiendo el chiflete helado chfffffffffffffchfffffffffff de una noche tenebrosa y sin parar de mirar a la otra punta del pasillo inmenso perpetuo que se desarrolla a mis pies.

De alguna manera las líneas decorativas de los cerámicos del piso que se extienden de una punta a otra como serpientes que se pelean o circuitos eléctricos me van atornillando. Me absorben un poco y me disperso y diverjo en ellas, pero por su propia voluntad. Me resisto a la presión nauseabunda. Un rayo tormentoso invade todo con luz. Hasta el piso se asusta y se calma. Yo suplico. Un dos tres, no, por favor no! Y viene.

Desde la otra punta, directo hacia mí, en movimiento homogéneo, como si simplemente flotara. ¿Escaparse sería posible? No sé. Lo siguiente es correr. Hacer pasillos, escaleras, subir, bajar, perder la lógica y el sentido pero igualmente preguntarse ¿cómo no me di cuenta? el empapelado, la luz, el olor, el carácter de los chicos, la apaciguada aceptación de mi poco talento para el xilofón. Esto no debe tener salida.

Entonces llego. De nuevo. Por fin. La sala de música. Yo sé que hay alguien ahí. Abro la puerta.

Donde estaba el piano hay una cama enorme. Las gradas son armarios. Sobre la cama hay hecho un dibujo con tierra. Por las ventanas abiertas entra viento, rágafas heladas que espamentan las cortinas. Se viene todo abajo.

Salgo corriendo al pasillo con los brazos estirados rígidos hacia adelante. Le pego piñas al futuro mientras corro con los ojos cerrados. En eso siento que atravieso algo. Como una nube, pero tengo tanto miedo que no me doy vuelta. No sé cómo llego adelante y escucho el crepitar que confirma que está siguiéndome, sin embargo de pronto corro más que nada con la mente como un misil teledirigido que busca la puerta para atravesarla y sin romperla, sin herirme; y puedo volver a sentir la lluvia, el frío y la incertidumbre en la cara.

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