jueves, marzo 26

Anoche quise hibernar pero en cambio tuve la misma vida que acá, en los sueños:

En el primer sueño teníamos una editorial distinta, otra. Pacho era nuestro autor y teníamos bocha de orgullo y recelo. Después, en la oscuridad de mi cuarto, estiro la mano y hay una pierna y yo le digo Pacho? y me dice sí. Y nos paramos y nos damos un abrazo antes de que se vaya y yo me sumerja en la enfermedad que es la noche y me pique un mosquito en la palma de la mano.

Después somos tres personas que tuvimos una charla sobre los espíritus en una casa vieja. Es la hora de dormir. Me meto en la cama primera que nadie, en el medio de la cama gigante compuesta por una concatenación de colchones. Miro a los chicos. Ellos cierran todo. Contrario a mí creen que los fantasmas vienen de afuera -y yo, de adentro-.
Empiezan a espamentar por un brillo en la lejanía, sobre la medianera. Yo descreo todo lo que puedo hasta que veo empírica la manito. Salta la medianera MV y se rie de nosotros.

Otro: Salimos de la casa. Camino con FV. En una leve desconfianza desarticulada por la noche y el conur. Al pasar nos confesamos nuestra inmensa pena y tristeza. Él me dice: bueno, podemos ser amigos! abrazarnos cuando sentimos pena. Yo también estoy triste.
Me parece una idea bellísima. Lo abrazo. Me voy.

Ranchamos en el fondo de otra casa conurbana. Ahí hay más gente. El objetivo es la ranchada y el escabio, aunque no sepamos vivir, celebrar la vida, como siempre. Estaba mami, L, RXC, mil personas que ni sentido. Yo me ponía apática como últimamente está mi hermano. Hiper apática. Yiraba por toda la casa con una jarra de fernet delicioso en la mano de la que no quería beber. Me tiraba adelante donde no estaba la ranchada. Me quería ir. Pero sabía que entonces no iba a poder volver. Llamaba un poco quizás la atención y me replanteaba a cada rato por qué ese desencanto, por qué ese desgano que es más que desencanto que es más que pesar o pena o padecer.
Me terminaba yendo, sí. Dormía en un escalón de la calle.
Cuando volvía en el frente había un kiosko y nadie me reconocía.

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