lunes, abril 15

sueño con una película tres veces y con algunas cosas más

Bueno, la onda era que íbamos a San Pedro o algo así, pero de nuevo, aunque nunca estuvimos. En realidad es confuso pero también vivíamos repetidas veces una película. Yo creía que era de Wes Anderson y de alguna manera las últimas veces no luchaba tanto. Cada vez que terminaba me quedaba extasiada pensando en cómo me gustaba pero sin embargo tenía un final similar, pero distinto.

Era una película en la que había una mujer y una niña y gente mala, y una revolución, y faltaba el sol, pero el futuro era cierto, y por eso la madre sabía que ese era el momento de su muerte. A ella la mataban en una mansión alejada de San Pedro que quedaba sobre una curva algunos seres un poco monstruosos, con tentáculos, parecían personas largas, lánguidas, pálidas, huesudas. La niña quedaba sola pero nos encontrábamos, el resto yo lo sabía todo, porque era como una observadora silenciosa, implícita, en un conflicto que nos iba a terminar comiendo a todos. Corríamos por calles y pasillos en vehículos incomprensibles, alquilábamos una pieza de mala muerte en un hotel de viejos increíble, entrábamos en nuestra piecita aunque no nos convencía, más que nada porque atrás venían ellos, y metíamos silenciosamente a la nena abajo de la cama. Miraban por la ventana que tenía cortinas claras, floreadas, polvorientas y entonces yo pensaba: ésta es la mía! y tomaba sin dudarlo un aerosol de mousse para el pelo y un encendedor viejo y le prendía fuego la cara a uno. Después de eso nos íbamos y todo era como una persecusión constante donde había un loco que era Bruce Willis y usaba piloto gris que tenía las fichas del cerebro medio cambiadas. Recorridos interminables en una tabla voladora por una megalópolis casi a oscuras, el sol cambiaba de ángulo y todas las sombras se proyectaban brutales, y la luz era como apenas unas líneas infinitas que fugaban lejos de todo.

Lo importante es que al final llegábamos en una tabla sobre rieles a una casa en el fondo del bosque, ahora sí, bien San Pedro, y allí subidos teníamos que saltar para que eso no choque. Era la cabaña de Bruce Willis y él adentro. El vehículo destruía parte del frente y creo que entonces sí, le acomodaba las fichas al tipo. Nosotros fuera, quedábamos atónitos un segundo junto a un Escort viejo y mirábamos el piso desesperadas, porque el último haz de luz estaba por ocultarse. Entonces lo veíamos: un artilugio maya, o ancestral, una serie de placas de oro y varillas y simplemente lo levantábamos e interceptábamos el último rayo en la Tierra y eso lo rebotaba y creaba en el cielo un dibujo de luz geométrico infinito que terminaba encendiendo una estrella nueva, el nuevo Sol, que duraría por años.

Cuando todo se iluminaba el sufrimiento cesaba, los malos eran buenos, el comandante de Bruce Willis, Jack Nicholson, perdía su cara de locura y sonreía pleno, se abrazaba con alguien con cara de: estas chicas lo han hecho de nuevo. Y así terminaba con un zoom out infinito que alejaba la cámara de todo lo que había en la tierra.

Después estábamos de nuevo en la persecusión, de nuevo en el carrito, de nuevo sobrevolando, de nuevo muriendo la madre, todo de nuevo. Algunas veces era un chiquito con rulos divino que corria de la casa entre libustrinas y se escondía de unos largos malvados, a veces yo estaba, a veces no, pero al final, siempre, siempre parecía que iba a ser lo mismo: el carrito llegando a la cabaña, Jack Nicholson y su cara de loco, el auto viejo, el artilugio maya, una vuelta aparecía un personaje nuevo pero constante, rompía el artefacto, le hacía una muesquita en su principal círculo y así quedaba, comido, y lo levantaba él (y no yo ni ella) y hacía una luna en el cielo que quedaba marcada a fuego, anaranjada, porque en ese final, eso era lo que hacía falta. Un travelling hacia atrás demostrando todo el camino y la cabaña, los montes, el bosque, la luna en el cielo.

Después estábamos de nuevo pero esta vez yo ya me sabía la peli de memoria, y estabas vos, y te iba diciendo: no pasa nada, no te preocupes, esto termina bien. Y todo de nuevo lo mismo, pero nosotros mirábamos desde un hotel en la ladera del bosque la situación con binoculares y al final pensamos que no lo conseguían, pero sí: nuestros ojos fijos en la luna, redonda, gigante, victoriosa.

Terminaban las películas y seguíamos en San Pedro y quizás era la hora de irnos, pero no estábamos seguros. Vos te quedabas en unos barrancos donde había construcciones coloniales, puertas, patios, fuertes, casas deshabitadas, todo era como un gran centro cultural de la Plaza España de acá a dos cuadras donde corría las tardes de sábado y de domingo en mi niñez. Yo iba a comprar una gaseosa y también llevaba unas galletitas de queso y cebolla que la kioskera me explicaba: no son chinas, eh, son americanas! Buscaba incansablemente una coca-cola bien fría pero no lo conseguía, terminaba llevando una fanta de 500, porque en la provincia hay de esas. La kioskera nos conocía, porque era la segunda vez que íbamos a San Pedro, me saludaba con cariño, yo tenía problemas para caminar en un pie y por eso había dejado el zapato derecho afuera, en la vereda. Salíamos y le pedía una bolsa y ella subía a su casa a buscarla.
Iba hacia vos, a la colina, teníamos que llegar en algún momento a la estación porque nuestra habitación de hotel había caducado, creíamos, y vos habías ido a San Pedro más que nada para tocar la guitarra, igual que la vez pasada. Iba llegando y sorteaba pibes que jugaban y uno me pegaba y yo me reía porque los chicos son así.
Llegaba a vos y estaba Keta y la Chiqui también. Keta paseaba y se frotaba con las cosas y yo la miraba y siempre estaba cagando por todos lados, tenía miedo de que nos reten. La Chiqui estaba como envuelta en una telita y tenía un globo rojo medio desinflado pegado a la panza, la telita le sostenía todo eso, no sé quién se lo había puesto, pero giraba y saltaba con su panza-globo y también se revolcaba y gritaba: JIJIJIJJIJIJIJIJIJIJIIIIII! de felicidad! porque le gustaba mucho saltibanquiar y hacer locuritas por entre el pasto vasto de las colinas de San Pedro y en ese momento yo pensaba en los finales, y te decía: cómo me gusta esa película. Y me ponía muy contenta.




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