miércoles, mayo 7

Todavía no escribí sobre el increíble paseo con mi prima.

Primero caminábamos por veredas, nos sentábamos en bordes, escaloncitos de casas. Teníamos una discusión con temática sexual. Ella me contaba que usaba una cosa como lubricante. Me lo mostraba: era un perfume Aqua di Colbert. Yo le decía que prefería no usar eso, así, sexo al natural, que igual me mojaba mucho. Ella me ponía cara de asco. Yo no entendía cómo no le ardía el tener sexo con perfume.

Encontrábamos una bicleta tirada en la calle. Estaba medio destartalo. Ella la encontraba. Más adelante yo encontraba un trapo enorme que era la parte de arriba (la tela) de un parapente.

Caminábamos por cuadras y cuadras por avenidas anchas que serpenteaban hacia arriba y hacia abajo. D pronto estábamos sobre una autopista que quedaba encima del Coto. Por sus ventanitas veíamos a la gente haciendo las compras.

Teníamos que encontrarnos con más primos y amigos. De pronto la autopista nos había llevado demasiado alto. Pasábamos a una terraza que parecía simplemente un cuarto piso. Ella se dejaba llevar, con su bicicleta, un dos tres, salía andando y pium. Al aire. A la nada.

Mi prima andaba por los cielos en su bicicleta, entre las ramas de los árboles. Una lluvia de florcitas amarillas abundantes en avenida Libertador le lavaba el pelo.

Yo me dejaba ir. Caminaba por el aire con mis manos agarradas de la tela inverosímil del parapente. Parecía que no iba a funcionar. Sin embargo flotaba.

Volábamos bastante y sobre todo planeábamos. Llegábamos abajo. Yo quería llorar de la emoción. Todas las leyes de la física en las que siempre había creído habían sido desafiadas con éxito.

Estábamos emocionadas y teníamos mucho que recorrer. Subíamos a un balcón para poder tirarnos con impulso y llegar más rápido a buscar a los chicos. Cuando nos lanzábamos en vez de un piso 10 parecía que estuviéramos arriba de un avión. Las cosas aumentaban su tamaño de a poco, con cuidado, con una cadencia encantadora. Volábamos y las nubes se juntaban en mi parapente que se mantenía chato, nada correspondiente con lo que debería ser la realidad. De pronto mi trayectora tambaleaba, ahí me daba cuenta del peligro real al que estaba expuesta. Mi equilibrio era tan frágil. Pero no pasaba nada. Sorteaba las ráfagas de viento y más nubes juntaba. De a poco llegábamos al piso. De a poco. A lo lejos los veíamos, como en un mapa de Wally saludar con sus manos a nuestros amigos. Nos mirábamos como si pudiera ponerse complicado el aterrizaje. Sin embargo como una plumita hacíamos fium fiamm. Tocábamos el suelo con la mayor de las gracias y nos abrazábamos de festejo de gol por la felicidad de haber surcado tan grácilmente lo cielos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario